La piel de su cara y sus manos está curtida por el paso de los años, pero no tanto como las miles y miles de botas que ha llegado a fabricar. Mariano Santa Cruz ha dedicado cerca de 60 años al noble arte de la elaboración de botas. Desde que a los once años su padre le obligara a colocarse el mandil, hasta que lo colgó rayando los 66 años, en su taller se han llegado a confeccionar más de 250.000 ejemplares. Por todo eso y por mucho más ha sido merecedor del premio Arbaso “Toda una vida”. Este sábado y ya con 73 años, lo recogió acompañado de toda su familia en la Gala que se celebró en San Agustín Kultur Gunea.
¿Cómo ha recibido este galardón?.Con mucha emoción . Sabía de antemano que me iba a emocionar, pero no pensé que iba a ser para tanto. Tenía pensado hasta un discurso, pero no pude. La gente que me conoce sabe que no me callo ni debajo del agua. Pero, a la hora de subir al escenario, me quedé sin palabras, agarrotado, con el estómago encogido. Casi no podía ni hablar. Para mí el premio ha sido todo un honor y recibirlo en el transcurso de la Euskal Denda, más.
Estuvo acompañado de toda su familia, en un momento muy especial en su vida.Sí, conmigo estuvieron mi mujer, mis dos hijas, sus maridos y mis cuatro nietos. Para todos nosotros fue una noche muy especial. Estar con amigos, recibir el calor de todos ellos, el abrazo con Bernat, a quien me une una larga amistad… Estoy en un momento complicado en mi vida, a la espera de una operación muy delicada. No sabía siquiera si iba a poder estar allí y lograrlo fue muy importante.
La suya ha sido toda una vida dedicada a la artesanía.Fíjate. A los once años yo era muy travieso. Mi padre, que era botero y había abierto su propio taller, en el año 1939, en la calle Tintorería, pensó que el trabajo me sentaría bien. Así que me colocó el mandil y me mandó a estudiar a la academia por la mañana y por la tarde hacía botas. Para los 16 años era ya un experto. Desde entonces no he parado.
Ha regentado un negocio que le ha permitido salir adelante a usted y a toda su familia.El camino no ha sido fácil. He dedicado horas infinitas. Había días que no salía del taller en once horas, no había fiestas, ni sábados, ni domingos. Pero ha merecido la pena. He conseguido sacar a mi familia adelante y ese es mi premio.
Sin embargo, con el cierre de su taller, se dió carpetazo a uno de los oficios más antiguos y único en Araba.Sí, es una lástima que nadie haya cogido el relevo, pero es muy difícil vivir de un oficio artesano. Entiendo que éstos tiendan a desaparecer, por mucho que nos duela. Necesitamos mucho apoyo para que pervivan en el tiempo.
¿Por eso se necesitan ferias como la Euskal Denda?.Son más que necesarias. Son prioritarias. En ellas el público puede comprobar cómo trabajamos, cómo confeccionamos nuestros objetos, descubre el mundo de lo artesanal, de lo único. Ese es nuestro valor principal. Por eso creo que todos los artesanos deberían participar en la ferias y demostrar qué saben hacer y cómo lo hacen.
Durante una década ha tomado parte en ella.Claro. Allí estaba yo cada año, trabajando, enseñando mi oficio, demostrando su belleza, dándolo a conocer. Tan sólo en el momento en el que me jubilé dejé de participar y ya me dio pena, la verdad.
Supongo que a lo largo de toda esta larga vida de actividad tendrá muchas anécdotas.Imagínate. Han sido muchas, pero recuerdo una muy bonita. En cierta ocasión vinieron a mi taller unos americanos. Les encantaron las botas y sobre todo ver cómo las hacía. Compraron unas cuantas y se fueron tan contentos. Pasado un mes, uno de ellos me escribió una carta. Me pedía 10.000 botas. El había hecho el cálculo que, si al día hacía 20 botas, en un mes, y junto con algún compañero, podría realizar 10.000. Por supuesto, no pude cumplir con el encargo.
Mariano Santa Cruz, la noche de la gala, acompañado de sus nietos.
Entrevista realizada por Lorea Madina.